Si uno no lleva manda en el camino le sale

Abstract

El camino a Talpa es una iconografía cosida en mi cabeza con aguja de arria. Parece que la ondulación de cada pliegue en mi mente emula las cumbres y los ríos que he recorrido como patrones gráficos en las camisas que dan cuenta de cada peregrinación anual de mi familia materna. Esta historia familiar a Talpa se remonta hace más de 70 años cuando mis bisabuelos maternos Salomé y Margarita acostumbraban a ir en camión por terracería desde Villa Corona, y que de forma simbólica renovó en 1995 mi tío Salomé al peregrinar caminando, sumando anécdotas con diversos sentimientos. Sentimientos que hasta ahora no habían sido registrados e incluso tampoco reflexionados, solo repetidos o heredados; como parte de una religiosidad popular llena de ritos y ceremonias (Rodríguez & Shadow, 2000). Religiosidad que históricamente ha tenido una carga negativa porque se entiende como la “baja religión o el folclore religioso” (Delgado, 1993, p. 3), pero que es útil porque ha sido el motor de la peregrinación a Talpa en muchos peregrinos, entre ellos; motivó el primer viaje de mi abuelo Jesús para aliviar su tos por recomendación de su mamá y la renovación de la tradición por mi tío, para agradecer por la vida de Junior, su hijo.